lunes, 6 de octubre de 2008

Hace cuatrocientos treinta y siete años...

Justamente el 7 de octubre de 1571, el Estandarte de la Liga Santa, reproducido en la imagen, flameaba victorioso en aguas de Lepanto, tras una gloriosa jornada a la cual Miguel de Cervantes definió cómo "la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros".

En 1570 el Imperio Turco inicia una campaña de expansión por el Mediterráneo atacando Chipre y Nicosia, amenazando de esta forma en convertirse en amos y señores del Mare Nostrum. Ante la llamada de socorro de la República de Venecia, el Papa S. Pío V decide convocar a las potencias cristianas a integrarse en una coalición militar con el objetivo de frenar el avance turco. Esta solicitud fue desatendida por Francia, Portugal, y el Imperio Austríaco, lo cual significó que la Corona Española aportase la mayor parte de efectivos y medios, apoyada por otras potencias menores. Finalmente, la coalición, que recibió el nombre de Liga Santa, incluyó además de a España y Venecia, a los Estados Pontificios, la Soberana Orden de Malta, la República de Génova, y el Ducado de Saboya.

La Corona Española aportó la mitad de naves, soldados y dinero, por lo cual Felipe II exigió que la flota fuese capitaneada por un español, designando para ello a D. Juan de Austria, hijo natural de Carlos V, y por lo tanto hermanastro suyo.

Al amanecer del domingo siete de octubre la armada cristiana avistó a la turca, que se hallaba refugiada en el Puerto de Lepanto. Los cristianos contaban con doscientas nueve naves frente a las doscientas setenta y cinco turcas, pero en cambio eran muy superiores en fuerza artillera. Por lo que respecta al número de combatientes, los dos bandos estaban prácticamente igualados, aunque con una ligera inferioridad cristiana. Treinta y cuatro mil soldados turcos frente a treinta y un mil cristianos, y trece mil marineros y cuarenta y cinco mil remeros turcos frente a los doce mil y cuarenta y tres mil, respectivamente, de la Liga Santa.

La flota cristiana se desplegó en formación de combate, estableciendo un frente de más de seis kilómetros de largo en línea recta, mientras los turcos se dispusieron de forma bastante similar, aunque adoptando la forma de media luna, con la intención de desarrollar una maniobra envolvente. Ya avanzada la mañana, la nave capitana turca, la Sultana, izó un enorme estandarte verde confeccionado en La Meca que contenía versículos del Corán bordados en oro, al tiempo que disparaba un cañonazo en señal de reto a los cristianos. Estos, tras desplegar en la Real, nave capitana cristiana, el estandarte enviado por el Papa, respondieron con dos cañonazos aceptando el combate.

Mientras se desarrollaba la batalla, el Papa S. Pío V oraba incesantemente en el Vaticano por la victoria de la Liga Santa, al tiempo que desde la Iglesia de Santa María in Minerva se organizó una procesión en la cual se iba rezando el Santo Rosario. Cuentan que hallándose el Papa conversando con unos cardenales, abandonó repentinamente la conversación para fijar sus ojos en el cielo romano. Tras unos instantes, el Pontífice cerró el ventanal al cual se había asomado, dirigiéndose a los desconcertados cardenales con las siguientes palabras: "No es hora de hablar más, sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas".



Tiempo después se comprobó que dicha "revelación" coincidió en el tiempo con la derrota turca en Lepanto, siendo este un hecho que se tuvo en cuenta en el proceso de canonización de S. Pío V.

Al igual que en otras victorias cristianas, el concurso celestial no faltó en Lepanto, pues según numerosos testigos, tanto cristianos cómo turcos, S. Pedro y S. Pablo aparecieron en el cielo rodeados de ángeles espada en mano en apoyo de la Liga Santa.

Con la victoria cristiana, cesó la amenaza turca sobre el Mediterráneo occidental, aunque la coalición cristiana se deshizo debido a desavenencias entre los aliados. La República de Venecia decidió aprovechar la coyuntura favorable para firmar un tratado de paz por su cuenta con el Imperio Otomano.

Desgraciadamente, la L.O.G.S.E. está permitiendo que los jóvenes españoles desconozcan hechos capitales de su historia, cómo este y otros muchos, sonándoles literalmente "a turco". Afortunadamente, los españoles de la época no se andaban con zarandajas de "alianzas de civilizaciones" ni otras memeces por el estilo. Ya puestos a clonar, podrían hacerlo con Felipe II... Y con D. Juan de Austria...

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